Bien puede servir de marco contextual para explicar el comportamiento agresivo, vulgar o aprovechado de aquellos que ostentan el poder y que con frecuencia “pelan el cobre” para luego aparecer dignos como si nada y allí, diga usted por ejemplo, el bufón embravecido del Donald Trump o uno que otro personaje del acontecer nacional que podrá ya usted haber adivinado pero que sino, “le voy a dar en la cara, marica” y “apague y vámonos; a propósito de la crisis eléctrica que tiene al país al borde de un apagón y la investigación formal que el lunes abrió la Procuraduría por los inexplicables contratos por más de 6.000 millones de pesos de Connecta, la empresa de su familia”.
La noción que explica el comportamiento agresivo, camorrero y aprovechado, en su orden por personaje, de Trump, del expresidente Uribe y del recién defenestrado ministro de Minas, Tomás González, se la leí en “New Scientist” al doctor Christopher Boehm, primatólogo, profesor y director del centro de investigación USC Jane Goodall.
Resulta que el susodicho comportamiento, no es más que una estrategia matizada de postura de los personajes que, el doctor Boehm asemeja con lo que registró durante seis años en las selvas de Tanzania, mientras estudiaba al chimpancé Gombe. Y es así porque el chimpancé como algunos otros primates, dispone de elaborados rituales de dominio y sumisión, tal cual jerarquías que se derrumban con relativa frecuencia. Muy semejante al curubo del poder que, solo porque allí se esté en algún momento, no significa que ahí permanecerá eternamente.
Resulta que el susodicho comportamiento, no es más que una estrategia matizada de postura de los personajes que, el doctor Boehm asemeja con lo que registró durante seis años en las selvas de Tanzania, mientras estudiaba al chimpancé Gombe. Y es así porque el chimpancé como algunos otros primates, dispone de elaborados rituales de dominio y sumisión, tal cual jerarquías que se derrumban con relativa frecuencia. Muy semejante al curubo del poder que, solo porque allí se esté en algún momento, no significa que ahí permanecerá eternamente.
Los chimpancés macho que buscan establecer o consolidar su rol “alfa”, con frecuencia adoptan ostentosos comportamientos amenazantes.
Su pelambre se eriza, sus incomprensibles gritos, que apenas alcanza uno a imaginar interpretan los científicos como que dicen, “le voy a dar en la cara, marica”, sus arremetidas contra troncos de árboles y todo cuanto encuentran a su paso, causan toda clase de mutilación criminal generalizada. El resto de los chimpancés, o al menos la gran mayoría de los que no se involucran en la reyerta, saldrán despavoridos buscando copa de árbol para ponerse a salvo, uno que otro en su huida, lanzando la consabida sarta de impotentes improperios.
Un macho alfa o si se quiere también, un candidato buscando la nominación de su partido, o un líder de bancada, o un recién defenestrado ministro de Minas, despliega sus intimidantes desmanes dos o tres veces al día, pues intimidar a la oposición que sabe uno, están amangualados en contra suya como que acechan en la penumbra, aguardando su tiempo para arrebatar su empleo, es el propósito de semejante comportamiento como la justificación para el diario coñacear que mantiene a raya a los infieles.
Por supuesto, los humanos no son chimpancés (aunque quién sabe, con lo que a diario se lee en las noticias). Hemos desarrollado normas sociales como para canalizar nuestros impulsos dominantes a través de comentarios mordaces y así por el estilo, que es entre otras, parte de la razón por la cual cada vez que el candidato Trump o el expresidente Uribe abren la boca, sus contrincantes o detractores por igual trepan en desbandada el primer árbol que encuentran, porque no saben cómo contrarrestar las sorprendentes violaciones de la norma política, comercial y social a las que este par así como otros tantos se han sometido.
Aunque disfrutan su toda poderosa demostración de “aquí mando yo”, los chimpancés alfa de hecho disponen de dos maneras opuestas de administrar el poder. La primera está en línea con el estilo, “le voy a dar en la cara, marica” --aquella cuasi constante demostración que apela a la amenaza de violencia—. La otra en cambio se congracia con la aproximación del “tipo bonachón”, aquella que le dicta acicalar a los demás chimpancés, deshacer sus acaloradas reyertas y general, mostrarse como líder benévolo. Y al respecto dice el doctor Boehm, no existe evidencia alguna sobre que cualquiera de las dos sea más efectiva para establecerse en el “curubo alfa” por mayor tiempo.
En ese orden de ideas y a la postre, es suya la opción de perfilarse bien sea como macho alfa camorrero o como bonachón; aun cuando bien vale la pena aludir que llegar al curubo no significa allí perpetuar, independiente de a cuantos maricas le haya usted dado en la cara o del número de colegas que haya usted acicalado.
Un macho alfa o si se quiere también, un candidato buscando la nominación de su partido, o un líder de bancada, o un recién defenestrado ministro de Minas, despliega sus intimidantes desmanes dos o tres veces al día, pues intimidar a la oposición que sabe uno, están amangualados en contra suya como que acechan en la penumbra, aguardando su tiempo para arrebatar su empleo, es el propósito de semejante comportamiento como la justificación para el diario coñacear que mantiene a raya a los infieles.
Por supuesto, los humanos no son chimpancés (aunque quién sabe, con lo que a diario se lee en las noticias). Hemos desarrollado normas sociales como para canalizar nuestros impulsos dominantes a través de comentarios mordaces y así por el estilo, que es entre otras, parte de la razón por la cual cada vez que el candidato Trump o el expresidente Uribe abren la boca, sus contrincantes o detractores por igual trepan en desbandada el primer árbol que encuentran, porque no saben cómo contrarrestar las sorprendentes violaciones de la norma política, comercial y social a las que este par así como otros tantos se han sometido.
Aunque disfrutan su toda poderosa demostración de “aquí mando yo”, los chimpancés alfa de hecho disponen de dos maneras opuestas de administrar el poder. La primera está en línea con el estilo, “le voy a dar en la cara, marica” --aquella cuasi constante demostración que apela a la amenaza de violencia—. La otra en cambio se congracia con la aproximación del “tipo bonachón”, aquella que le dicta acicalar a los demás chimpancés, deshacer sus acaloradas reyertas y general, mostrarse como líder benévolo. Y al respecto dice el doctor Boehm, no existe evidencia alguna sobre que cualquiera de las dos sea más efectiva para establecerse en el “curubo alfa” por mayor tiempo.
En ese orden de ideas y a la postre, es suya la opción de perfilarse bien sea como macho alfa camorrero o como bonachón; aun cuando bien vale la pena aludir que llegar al curubo no significa allí perpetuar, independiente de a cuantos maricas le haya usted dado en la cara o del número de colegas que haya usted acicalado.